Autogestión, el motor del punk chileno: una conversación con Jorge Canales, autor del libro “Punk Chileno 1986-1996” (Parte 1)

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¿Cómo transitó el punk de los ochenta hacia los noventa en Chile? ¿Qué influyó en su estructura discursiva? Hablamos con Jorge Canales, autor del libro “PUNK chileno 1986-1996, 10 años de autogestión”, sobre una década trascendental para el punk local.

Por Felipe Gómez Gálvez

felipe@chilepunk.cl

Estamos en mayo de 1977. El infausto impuesto a los libros rige desde el 1 de enero de este año. En marzo, el dictador Pinochet -que lleva tres largos años en el poder- disolvió oficialmente a los partidos políticos de oposición, excepto al Partido Nacional y a otros grupúsculos de extrema derecha. Misma fecha en la que fue quemada la carpa de la compañía teatral “La Feria”, que estaba presentando la obra “Hojas de Parra: salto mortal en un acto, una sátira al gobierno de facto. Hacia fines del mismo mes, el tirano aprovechó de laurearse inaugurando el tramo La Moneda – Salvador de la línea 1 del Metro de Santiago, justo un par de semanas antes que el Ministerio del Interior prohibiera la importación de cualquier libro escrito por Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar.

Son días de oscurantismo en Chile. Un particular contexto que aprovecha El Mercurio a través del suplemento Wikén, para informar sobre un curioso movimiento de jóvenes londinenses que visten ropas imposibles de descifrar y que escuchan música “simple, cruda, a veces hasta grotesca”: el PUNK. Es la primera vez que esta palabra se lee alguna vez en la prensa nacional y no deja de ser irónico que el periódico ideológicamente más alejado de lo que se entiende habitualmente por PUNK, haya sido el que recogiera el surgimiento de este fenómeno en la lejana Inglaterra. El mismo fenómeno que un tiempo más tarde rebotaría en Chile para criticar a la dictadura.

Este episodio de El Mercurio, es uno de los cientos de detalles descubiertos en el libro “PUNK Chileno 1986-1996, 10 años de autogestión”, escrito por el musicólogo Jorge Canales y que fue lanzado en septiembre de 2019 bajo la editorial Camino, en colaboración directa con la Corporación Fonográfica Autónoma. Un texto que tiene su origen en un trabajo académico pero que termina configurando un libro que registra y aporta antecedentes desconocidos sobre un fenómeno musical y sociocultural que, a la fecha, ha sido escasamente estudiado y documentado en Chile.

En ChilePunk.cl tuvimos la oportunidad de conversar con Jorge y profundizar más sobre el desarrollo del punk en Chile y revisamos con él algunos de los elementos más representativos de este movimiento a lo largo de una década.

En dos entregas presentamos la extensa conversación que tuvimos con el autor. En esta primera parte, revisamos el origen de la investigación sobre el punk, la transversalidad de la autogestión como eje central del punk chileno, el impacto de las disqueras internacionales en la escena punk local y la sonoridad de la versión criolla de este movimiento venido desde Europa.

Un fenómeno poco documentado

-Jorge, esta investigación parece abrirse camino en un terreno que hasta ahora no había sido muy explorado ni por la literatura y ni por la academia en Chile…

Sí, bueno. Después de recibirme de Historia, comenzé a hacer clases sobre la historia de la música popular chilena en el Instituto Arcos. Y ahí abordaba diferentes géneros musicales que se habían desarrollado en Chile. Y al momento de hacer la clase sobre el punk descubrí que no se había desarrollado mucha literatura sobre este fenómeno. Ahí nació mi necesidad de seguir estudiando algo vinculado a la música. Cuando me metí en el tema estaban, por ejemplo, el libro de los Pinochet Boys, o el libro de Orgasmo. Había literatura autobiográfica. Cuando empecé a investigar, apareció el libro de Jonathan (Lukinovic) que se llama “La canción punk de los 80 en Chile”, y que considero el primer libro de alguien no vinculado directamente al punk como músico de alguna banda. Este trabajo se basa en los ochenta y analiza las letras de las canciones y las pone en contexto frente a la dictadura militar.

-¿A qué conclusiones llegas al terminar tu investigación? Imagino que el título del libro ya nos da una pista al mencionar la autogestión…

-Efectivamente, me doy cuenta de que la autogestión es un elemento que trasciende desde los ochenta a los noventa. Pero hay un momento particular en el que la autogestión se deja de lado y hay algunas agrupaciones que apuestan por desarrollarse en el marco de la industria musical.

-¿En qué momento ocurre eso?

-A principios y mediados de los noventa. Al alero de la bonanza económica de aquellos años, se suman diferentes multinacionales que apuestan por grupos punks. Recordemos que ya a comienzos de los noventa hay una preocupación de sellos que tienen alcance a nivel nacional -estoy hablando principalmente del sello Alerce- que apuesta por el punk. Y fichan a BBS Paranoicos, a Los Miserables y Fiskales Ad-Hok. Y el punk local en cierta medida empieza a llegar a revistas como la Rock and Pop, que tenía un tiraje importante, y también empieza a circular en diferentes radios, donde ya había interés por que sonara música nacional, a diferencia de lo que pasaba en los ochentas. A estos se suman otros sellos como EMI que graba con Machuca, o BMG que, con su subsidiaria “Culebra Records”, firma con Fiskales Ad-Hok, quienes salen del sello Alerce -mucho más chico- y se van con esta multinacional.

Ya más tarde, y por otro lado, Los Miserables terminan firmando con Warner el ‘97 o ‘98 más o menos. Hay una migración importante de bandas punks que se van a multinacionales. La característica más llamativa es que ninguna de estas agrupaciones alcanza a pasar a grabar a una segunda placa. Y aquí da la impresión de que el modo de trabajar que tienen estas agrupaciones y su discurso, chocó con las lógicas de las multinacionales y finalmente todas estas bandas terminan desestimando el trabajo con estas empresas. Así empiezan a nacer sellos discográficos independientes, como Masapunk y la Corporación Fonográfica Autónoma (CFA). La verdad es que aparecen un montón de sellos autogestionados hacia fines de los noventa y principios de los dos mil, fecha que más o menos coincide con la gran crisis de la industria discográfica a nivel internacional y local. La mayoría de los sellos grandes terminan yéndose de Chile… Universal, Warner… todos tenían sus sedes en Providencia, en grandes casonas donde iban los artistas y hacían sus eventos. Había un trabajo local importante de estos sellos pero que terminaron emigrando todos a comienzos de los 2000.

(El libro viene acompañado con un CD editado por la Corporación Fonográfica Autónoma)

-En tu opinión, ¿fue un aporte para las bandas punks sumarse a los grandes sellos discográficos?

-Bueno, la verdad es que a fines de los noventa y comienzos del 2000 empieza a cambiar la forma de consumir música. Aparece la plataforma Napster para descargar música gratuita y empieza a circular música en el formato MP3. La industria local se vio mermada por este cambio paradigmático respecto a cómo se consumía la música. En los noventa la venta de discos financiaba la industria. Al final, para las bandas punks, el impacto de estar en sellos internacionales no fue tan grande y tuvieron una distribución bastante controlada. A comienzos del 2000, los canales más importantes de distribución de música son los blogs o páginas independientes. Así que pienso que más que la industria discográfica, el gran canal de distribuición de la música punk chilena en esta época fue internet.

Una década trascendental

-¿Qué pasa con el punk chileno entre 1986 y 1996? ¿Por qué estableciste ese segmento de tiempo para tu investigación?

-A ver, en 1986 se realiza el primer festival punk rock de Chile en la comuna de Ñuñoa. Los Pinochet Boys organizan este evento. Y en 1996 comienzan a funcionar los primeros sellos autogestionados… como la Corporación Fonográfica Autónoma (CFA) y Masapunk. Esa es más o menos la razón de por qué defino ese periodo. De todas maneras, en algunos segmentos del libro paso por otros años, por ejemplo con la historia de Antonio Narváez y Álvaro Peña en los 101’ers junto a Joe Strummer, abordo el punk desde antes de 1977. Pero menciono también algunos episodios ocurridos en el ‘78 y ‘79, en estas primeras manifestaciones contra la dictadura organizadas por Clotario Blest, quien es acompañado por algunos punks que reparten panfletos con canciones traducidas de The Clash y Ramones. En el libro hablo también sobre la primera manifestación punk en Chile, donde aparecen mencionados Los Vinchukas, una banda antecesora a Los Prisioneros y que es la primera agrupación -según la investigación- que dentro de su repertorio usa tres canciones de The Clash.

-Eso es súper interesante porque en “La voz de los 80” más allá de la precariedad en la ejecución instrumental se nota claramente la influencia de The Clash en las canciones…

Claro, hay bastante influencia de The Clash. Es un disco que tiene sonidos punks, pero también algo de ska y reggae. Un poco como suenan Madness y The Specials… pero por supuesto The Clash era la banda de cabecera de Los Prisioneros, o de Jorge González, por lo menos hasta “La voz de los 80”.

-En el ‘86 en cambio, cuando lanzaron el “Pateando Piedras” parece que empezaron a explorar otros sonidos un poco más New Wave, con sintetizadores…

-Sí, ese disco ya incorpora sintetizadores. Suena diferente al primero. Pero ojo, que en el punk chileno, el uso de sintetizadores y cajas de ritmo ya había aparecido antes con los Pinochet Boys. También con Dadá. Hay mucha experimentación en la música que ellos hacían. Es bastante rupturista y provocadora. Por eso digo que el punk en chile no nace con la clásica formación de guitarra, bajo y batería. De hecho, estaba bastante alejado de aquello.

-¿Y por qué ocurría eso?

-Yo pienso que eso tiene que ver con la poca información que llegaba al país producto de las fronteras cerradas para muchos artistas y cultura. No había muchos referentes musicales. Había un clima de experimentación más que de acoplamiento a lo que estaba pasando en la escena internacional. Se experimentaba bastante porque la música en vivo se juntaba con lecturas de poesía o performances de actores teatrales. Había una vinculación con otras áreas del arte en Chile en esta escena underground. Y eso cambia con la aparición de la sala Lautaro o el galpón Manuel Plaza… Ahí surge una vinculación con el movimiento thrash metal en Chile. Y es aquí cuando nace el sonido más clásico del punk en Chile.

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