La generación del caos, parte II

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Segunda mitad de la década del ’70: el punk hace metástasis por toda Europa. Francia está a la vanguardia y el movimiento empieza a disputar espacios en la prensa y las tiendas de música especializada, sin embargo, la desconfianza se instala cuando los snobs parisinos se empiezan a apropiar de la escena local: Presentamos la segunda parte y final del extracto del libro (*) “generación caos”.

Traducción libre y notas para Chilepunk.cl por Sopalajo de Arriérez y Torrezno

París
La comedia punk

«La primera ola del punk a la francesa tiene como particularidad el hecho de desarrollarse paralelamente a sus equivalentes anglosajones», escribe Christian Eudeline en el libro Nos années punk [Nuestros años punk]. Pero la verdad es que ya existía un foco en París desde 1975, concentrado esencialmente en torno al Open Market, una tienda de discos fundada por Marc Zermati en 1972.

En Ruan, la tienda Mélodies Massacre, de Lionel Hermani, se alinea también con posiciones pro Stooges y pro MC5. La tienda se albergaba en la rue Massacre.

un bello horizonte

Se trata de ensalzar, en el contexto de los años post ’68, una corriente musical que glorifica la revuelta social a golpes de decibeles sobresaturados. Yves Adrien se ubica en la avanzada del movimiento. Ya en 1972, publica un artículo en forma de manifiesto en Le Parapluie: “Yo canto el rock eléctrico”.

Fundado por Henry Jean Enu, quien anima además el grupo Fille Qui Mousse, Le Parapluie aparece en este período como un periódico gráficamente magnífico, así como portavoz del underground. Yves Adrien es, consecuentemente, un agitador precoz.

En los años que siguen, él defiende al punk en las columnas de la revista Rock & Folk, mientras que Patrick Eudeline agita la bandera en el periódico Best. Alain Pacadis, por su parte, defiende ardientemente la causa en Libération.

A partir de 1976, existe una escena punk naciente, cuyo órgano central es el periódico Rock News, de Michel Esteban, que celebra la insumisión y que da cuenta principalmente de la actualidad del rock neoyorquino.

Desde 1976, Michel Esteban abre, en el 12, rue des Halles (París, distrito I), una tienda de discos y poleras, Harry Cover, mientras que Patrick Mathé lanza Music Box, en el 27, rue Saint-Sulpice (París, distrito VI).

Los principales grupos son lioneses (Starshooters, Électrique Callas, Marie et les Garçons), ruaneses (Olivensteins, Dogs), pero sobre todo parisinos (Asphalt Jungle, Stinky Toys, Métal Urbain, Bijou, 1984). Como lo destaca Christian Eudeline: “Les Halles se transforman en el cuartel general de los punks hexagonales”.

Su hermano, Patrick Eudeline, es uno de los pioneros de la escena francesa. El punk nacional; él lo juzga, sin embargo, con severidad: “Atorada entre la rue des Lombards y el Plateau Beaubourg, infestada de fachos y snobs deseosos de no perderse el último trip, la escena francesa tiene pinta de haber partido mal… Una parodia. No es otra cosa que un trip mode, un asunto de alta costura y de estar al tanto”.

¿El punk francés no está compuesto sino por snobs deseosos de aferrarse al tren de la moda? Los punks ingleses provienen de la clase obrera. Los de Nueva York son los hijos perdidos de una América a la deriva. Pero el movimiento francés parece esencialmente pequeño-burgués, aplicándose a imitar torpemente Londres y Nueva York, sin gran convicción.

Paquita Paquin se mueve en el círculo nocturno y de la moda. “Su” período punk, ella lo resume en Vingt ans sans dormir [Veinte años sin dormir]: “Cuando llega la época punk, yo estoy en perfecto acorde: blusones de cuero llenos de insignias, alfileres de gancho y hojas de afeitar, pero no tengo ningún odio que escupir, ni ‘No Future’ que lanzar, ni fuck que fucker, a pesar de lo que pretende mi polera. Este período lo vivo desfasada, jugando la comedia del punk, presente sin más”.

Titus, Cyrille Putman, Edwige, Paquita Paquin, François Wimille, Miss O.D., Dominique Gangloff, Captain Capta, Maxwell, Maldoror y los otros constituyen pronto una suerte de equivalente parisino del Bromley Contingent, merodeando principalmente las veladas mundanas. El punk habita los desfiles de alta costura y las inauguraciones de exposiciones, a imagen y semejanza de los letristas de fines de los años cuarenta, que constituyeron una banda amablemente provocadora y propensa al escándalo. No hay velada exitosa sin un espectacular desembarque de punks, eructando y berreando con discreción.

Sin embargo, la escena francesa no carece de grupos talentosos.
En 1976, Patrick Eudeline toca con Angel Face. El 7 de febrero, ofrece un concierto en una iglesia en Suiza. Se ve llegar la policía. El concierto debe interrumpirse por motivo de bullicio nocturno. Rápidamente, Patrick Eudeline se pone él mismo las esposas en las muñecas y grita a la masa: “¡Me llevan a la cárcel!”. El resultado no se hace esperar. Los policías helvéticos se insultan mutuamente acusándose de haber puesto indebidamente las esposas al joven punk.

Angel Face no es sino un prólogo. En junio de 1976, Patrick Eudeline, Eric Feidt, apodado Rikki Darling, y François Robert Lloyd, forman en Noisy-le-Sec el grupo Asphalt Jungle. Eudeline no es un desconocido. Periodista en Best, se mueve desde hace algunos años en el medio del rock. Debido a sus actividades, ya ha conocido a varios protagonistas del punk angloamericano. Bajo su dirección, Asphalt Jungle domina sin escollos la escena naciente.

La orquesta encuentra una competencia eficaz en los Stinky Toys, que surgen en febrero de 1976. El grupo está compuesto principalmente por Elli Medeiros, Jacno, Albin Dériat, Hervé Zenouda, Bruno Carone.

Si Asphalt Jungle aspira a un cierto enraizamiento sociológico y defiende un rock social heredado de MC5, los Stinky Toys encarnan de maravilla un punk mundano, sin convicción, apegado a la pose y a lo vestimentario. Pronto se dirá que ellos son “branchés”.

Métal Urbain parece más ofensivo. Musicalmente, detonan. Operan una síntesis audaz entre la energía punk y la música electrónica, que no deja de evocar lejanamente la manera de Suicide. La composición de Métal Urbain varía bastante a menudo. Rikki Darling de Asphalt Jungle se inmiscuye por un tiempo. Se cruzan ahí Éric Debris (Éric Daugu), Clode Panik (Claude Perrone), Pat Luger (Patrick Boulanger) y Herman Schwarz (Jean-Louis Boulanger). Métal Urbain forja un rock esencial, intenso, incandescente. Pero el grupo juega con la ambigüedad. En la canción “Paris Maquis”, grita: “¡Fascistas!”. ¿Es fascista Métal Urbain? Ni más ni menos que los Dead Boys, Siouxsie Sioux o los Ramones. Pero el grupo se forja una reputación.


Es verdad que una parte de la extrema derecha francesa se interesa en el punk. El Groupe Union Défense (GUD) ensalza la nueva corriente. Durante el año 1976, París se cubre de rayados: la palabra punk es sistemáticamente yuxtapuesta a la cruz céltica.

Métal Urbain proviene de una compleja genealogía: European Son, y sobre todo Man Ray, compuesto por Anne Heynssens, Joey Ness, Andy Simsolo y Herman Schwarz. Una noche en el Gibus, es Man Ray que se presenta. Hay mucho cuiquerío en la sala: Alain Pacadis y Lenny Kaye. Al final del concierto, Herman lanza su guitarra y hace el saludo nazi.

Ni Man Ray ni Métal Urbain están compuestos por fascistas. La idea es, todavía y siempre, distinguirse de los sesentayochistas y tornar risible el compromiso político. Lo que no impide que los punks franceses destilen una cierta ambigüedad: “Lo que espero de un tipo de pelo largo que venga a vernos a un concierto es que se largue corriendo para ir al peluquero”, comenta Andy Simsolo.

En todo caso, 1976 ve nacer y crecer un movimiento vinculado directamente a las escenas de Londres y Nueva York.

Fundador del Open Market, Marc Zermati se ve quizás como un McLaren francés. En 1976, crea su propio sello, Skydog. Hace firmar a granel a los grupos más diversos, que no tienen otro común denominador que un rechazo masivo de la cultura baba cool: Ducks Deluxe, Iggy Pop, el Tyla Gang o los Flamin’ Groovies.

Mejor aún: organiza en las arenas de Mont-de-Marsan el primer festival de punk rock, que se desarrolla el sábado 21 de agosto a partir de las doce.

En realidad, el evento pionero carece un poco de substancia y el programa es incompleto. Aparte de los The Damned, es el pub rock el que arrasa con todo: Eddie and the Hot Rods, Roogalator, los Pink Fairies, Nick Lowe, los Gorillas, Bijou, Railroad, Kalfon Rock Chaud, Little Bob Story o el Tyla Gang se llevan la mejor parte. Christian Eudeline resume la situación: “Esta primera edición no tiene de punk sino el nombre”.

El manager de los Damned, Andy Czezowski, no pretende volver a poner los pies en el suroeste de Francia: “(The Damned) tocaron sus cosas delante de dos pelagatos. Luego: aún más speed, aún más píldoras, aún más tragos. En ese momento el festival era un desastre. Hubo entre cincuenta y ciento cincuenta personas. Las arenas habrían podido contener cinco mil”.

Los ingleses se muestran sarcásticos hacia estos arrogantes franceses que pretenden organizar el primer festival punk pero que no alcanzan sino una balsa de la Medusa, bajo un calor infernal.

Varios artistas atravesaron el canal de la Mancha, creyendo lo que llegaba de boca en boca. ¿Mont-de-Marsan anuncia una nueva era?

Entre el gentío disperso, se encuentra un joven obrero de Manchester, de mirada extraña. Ian Curtis vino haciendo dedo, con Debbie, su mujer. Al final del extenuante trayecto, deambulan bajo un calor tórrido. Ian Curtis es alérgico al sol. Su piel se vuelve gratinada. No habla con nadie. Ni siquiera intenta entrar en contacto con The Damned.

Decepción, es la palabra clave. El festival se interrumpe brutalmente por la gracia de una violenta tormenta, que destruye la instalación eléctrica. Ian Curtis regresa, perplejo.

En Libération, el 27 de agosto, Alain Pacadis establece el balance del no-evento: “Las vacaciones se terminan, en Mont-de-Marsan se guardan las guitarras y los chicos vuelven a sus ciudades, frustrados por no haber tenido festival (…). A partir de ahora (…), no se hablará más sino de punkedad”.

En el intertanto, París se impone como una nueva tierra de conquista comercial. Malcolm McLaren no desea descuidar ningún mercado.

El viernes 3 y el domingo 5 de septiembre 1976, los Sex Pistols desembarcan para dos conciertos memorables en el Chalet au Lac, en pleno corazón del bosque de Vincennes, invitados por Pierre Benain.

El Bromley Contingent está presente, por supuesto. Billy Idol, Nils Stevenson, Siouxsie Sioux, Simon Barker, Steve Severin y algunos otros atraviesan la Mancha en camioneta.

El sábado en la tarde, los Sex Pistols, acompañados por Patrick Eudeline, llegan al Les Deux Magots. Los Sex Pistols en Saint-Germain-des-Près, en el bistró fetiche de Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Juliette Gréco y Albert Camus…

La dimensión mundana resurge con fuerza, cuando los flashes de los fotógrafos crepitan alrededor de Johnny Rotten.

La pinta de Siouxsie no pasa desapercibida. La joven encuentra incluso serias dificultades cuando una banda armada con cuchillos intenta perseguirla. Su aspecto espanta a los organizadores del concierto: “Esta especie de gran vampiresa con ligas y brazalete nazi no corresponde precisamente a sus criterios”, concluye Patrick Eudeline. La provocadora es forzada a cubrirse. Lo que hace con docilidad.

El domingo en el Chalet au Lac, el modista Jean-Charles de Castelbajac asiste al concierto, en compañía de Michel Esteban, Patrick Eudeline, Alain Pacadis, Yves Adrien, Marc Zermati…

Vivienne Westwood y Malcolm McLaren quisieron que el evento parisino pareciera un desfile de moda. Se trata de seducir al jet-set y el círculo de la alta costura. John Lydon porta para la ocasión un traje “bondage” recubierto de lanillas de cuero, mientras que Glen Matlock y Steve Jones lucen sus nuevas camisas “Anarchy”.

Los Sex Pistols se ubican así, en apariencia, en un universo ficticio, y el punk parece ser el preludio del fenómeno bo-bo, el “burgués-bohemio” propio de los años 2000. La revuelta parece digerida por anticipado, recuperada por el sistema.

Pero todo cambia cuando el grupo enchufa los amplis: “Rotten bavea. Camisa de fuerza negra. Glen Matlock salta tan alto que roza el techo de vidrio. (…) Lo que no gusta a nadie o casi nadie”, observa Patrick Eudeline.

El legendario y caótico concierto de Sex Pistols en el club de Chatelet.

El punk no es en el fondo sino una eterna paradoja. Caricatura de revuelta y revuelta sin esperanza, tiende el micrófono a auténticos creadores. Los Sex Pistols son geniales. Su rock impecable le prende fuego al Lac.

Sin embargo, Alain Pacadis no queda muy convencido con la actuación de Johnny Rotten: “Los Sex Pistols son (…) un grupo londinense, manageriado por el horrible Malcolm McLaren, iniciador de nuevas modas británicas en su tienda de King’s Road. (…) Es una especie de réplica inglesa de los Stinky Toys pero menos radical y branché”.

Realmente…


  • [Extracto del libro de Christophe Bourseiller, Génération chaos. Punk, New Wave, 1975-1981, París, Éditions Denoël, 2008, p. 72-80.
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